Desde 1778, Francia atravesaba
un largo período de depresión.
Mientras los grandes
terratenientes estaban protegidos
contra las pérdidas por lo que cobraban
de impuestos a los campesinos,
los pequeños propietarios y el pueblo
se empobrecían pagando gravámenes
a los señores feudales y viendo
cómo bajaban el precio del vino y
los textiles que ellos producían. Más
tarde, con las malas cosechas y la escasez,
se duplicó el precio del trigo,
aumentando el costo de los alimentos.
Eso hizo que, muy pronto, las familias
obreras de la ciudad tuvieran
que destinar tres cuartas partes de
sus salarios sólo para la comida.
Fue en medio de esa situación
de escasez y pobreza crecientes que
se inició la Revolución Francesa de
1789. En mayo, en los barrios más
populosos de París, había motines;
en las provincias, se asaltaban los
cargamentos de alimentos y se saqueaban
los mercados. Desde mediados
de setiembre, las mujeres
de los barrios más pobres dirigían
la agitación en las calles y, el 5 de
octubre, tomaron la iniciativa: con
miles de personas, se dirigieron al
palacio real exigiendo pan y buscando
armas, bajo la lluvia, mientras
cantaban “traigamos al panadero”,
en alusión al rey.
A principios de 1917, Rusia temblaba
bajo el imperio de la cruel autocracia
zarista y los golpes aún más
crueles de la Primera Guerra Mundial,
en la que millares de campesinos
y obreros morían en el frente,
mientras sus familias perecían por
hambre y frío en los hogares. Pero
en el Día de la Mujer, las obreras
textiles de San Petersburgo decidieron
manifestarse valientemente
y convocaron a una huelga bajo la
consigna “Pan y Paz”, a la que prontamente
agregaron, también, “Abajo
la autocracia”. Miles de obreros se
plegaron a su espontánea manifestación.
Pronto se sumaron los estudiantes,
los comerciantes pobres de
las ciudades y la huelga se extendió
como la pólvora. La policía secreta
del régimen ya lo había advertido en
un informe al gobierno: las mujeres
podían ser “la chispa que encendería
la llama”. No se habían equivocado.
Estas mujeres obreras dieron el puntapié
inicial de la gran Revolución
Rusa, la primera de la historia en la
que, bajo la dirección de Lenin y el
partido Bolchevique, la clase obrera
tomó el poder e instauró un gobierno
y un estado de los trabajadores.
¿Cuántos ejemplos más hay en la
historia? Son demasiados como para
creer que se trata de una casualidad.
Es que las crisis sociales, económicas
y políticas despiertan la pasión,
el heroísmo y la abnegación de las
mujeres, especialmente de aquellas
que viven en las peores condiciones
de sumisión, que son cotidianamente
humilladas por este sistema que
las relega a la esclavitud doméstica,
las tareas más pesadas, los dolores
más crueles.
La Iglesia, la familia, la escuela
y ahora, incluso, los medios de comunicación
nos dicen que tenemos
que aceptar dócilmente los sacrifi -
cios y las penurias necesarias para
mantener a nuestros hijos. Y nos
convencen de que es “natural”, ganarse
el pan “con el sudor de la frente”,
mientras los curas, los patrones,
los milicos y los políticos de los
capitalistas ganan algo mucho más
que un pan con “nuestro” propio sudor.
Pero cuando la crisis amenaza
a nuestras familias, eso mismo que
nos inculcan se vuelve en su contra.
Porque son ellos los que provocan
las crisis y quieren que las paguemos
nosotros, la clase trabajadora y
el pueblo pobre. Y ahí están, siempre
en la historia, las mujeres que salen
con uñas y dientes a defender el pan
de sus hijos, convirtiéndose en los
destacamentos avanzados de la lucha
contra la explotación, contra el
hambre y la miseria, contra los despidos
y el cierre de fábricas.
¿Qué harán las mujeres ante la
crisis que, otra vez, nos amenaza?
No dudamos que nuevamente, dirán
“¡Presente!”, organizando comisiones
de solidaridad con los confl ictos
obreros en los que estarán envueltos
sus hijos y compañeros; que serán
las “más duras” dentro de la empresa
o la fábrica, en las huelgas contra los
despidos y los cierres de empresas;
que armarán redes de solidaridad,
festivales, rifas, bonos y colectas en
los barrios, para conseguir alimentos
y fondos para todas las familias
que se encuentren en lucha y en situación
desesperante; que enfrentarán
sin tapujos a las patronales, pero
también a la burocracia sindical que
no representa nuestros intereses,
que saldrán a las calles a enfrentar
al gobierno y a las fuerzas represivas
del Estado cuando esté planteado.
Porque las mujeres no pedimos, exigimos.
¿Qué cosa? ¡Todo! Nuestro
derecho al pan, pero también a las
rosas.
por: Andrea D´Atri
Dirigente de la Agrupación Pan & Rosas
Argentina
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