Desde que habitamos este territorio nosotras hemos usado el machete y el azadón, y nos hemos puesto las botas al lado de nuestros compañeros para extraer de la tierra el sustento para nuestras familias; desde que tenemos memoria hemos asumido con esmero las tareas cotidianas que implican la preparación de los alimentos, el aseo y mantenimiento de la casa y de la huerta, hemos cuidado de nuestros hijos e hijas, enseñándoles la lengua, las costumbres, los valores, el trabajo y la instrucción necesaria para la vida; desde siempre hemos participado activamente en los trabajos comunitarios, en las asambleas, en las mingas, en las movilizaciones y huelgas, en las elecciones de nuestros líderes y liderezas; además nos organizamos entre mujeres para luchar por nuestros derechos, para fortalecernos, para acabar con las injusticias que enfrentamos. Todos estos compromisos aportan al bienestar de nuestra comunidad, de nuestro municipio y de nuestra región.
Cada día, nuestro trabajo es acción de resistencia. Cuando las cosechas de café se acaban, cuando ya no tenemos ni un peso en el bolsillo, entonces velamos para que las ollas siempre estén llenas; los sancochos que preparamos con los productos del huerto resisten al mercado global capitalista, a los tratados de libre comercio y a la explotación de las multinacionales; cuando el gobierno ya no contrata profesores para las escuelas, nos encargamos de educar y transmitir saberes a nuestros hijos e hijas; cuando nos niegan el derecho a la salud, ahí están nuestras manos, nuestros saberes de médicas tradicionales y parteras para cuidar y curar.
Sin embargo, a pesar de nuestros esfuerzos y desvelos, nosotras y nuestras familias aún carecemos de la tierra y los recursos suficientes para vivir de manera digna; mientras que los poderosos y las grandes empresas quieren convertir la tierra en propiedad de unos pocos que pretenden aumentar sus riquezas a costa de nuestras vidas, nuestro bienestar y nuestras organizaciones; muchas de nosotras debemos dejar nuestros hijos e hijas, compañeros, maridos, para ir a otros lugares a buscar el sustento de nuestras familias trabajando como empleadas domésticas en otros hogares, sin garantías y con bajos salarios.
Aunque las mujeres hemos venido organizándonos y participando en reuniones comunitarias, la sociedad, la familia y nuestra pareja obstaculizan nuestro trabajo diciendo que no vale la pena, que somos “malas madres” y que en las reuniones de mujeres no hacemos más que chismosear. También hemos enfrentado los malos tratos y la violencia de nuestros compañeros cuando utilizamos métodos anticonceptivos, cuando salimos de casa o cuando ellos llegan borrachos o molestos.
El trabajo que hacemos en la casa, siempre es considerado como “natural” y normal, como si las mujeres naciéramos con la escoba y el trapeador en las manos. Esta es una idea que se ha inculcado por la educación machista, pero nosotras estamos seguras de poder transformarla para que los oficios asignados tradicionalmente a mujeres y hombres sean compartidos entre ambos.
Nos juntamos pa’ cambiar Porque estamos convencidas que los trabajos que realizamos deben ser reconocidos y valorados, y las labores de la casa y la crianza de los hijos e hijas son responsabilidad de todos los seres humanos,
Porque queremos que nuestro trabajo comunitario sea valorado y se nos brinden espacios y herramientas para poder llevarlo a cabo,
Porque queremos seguir cultivando nuestros campos con nuestras propias semillas y cosechar productos sanos para podernos alimentar e intercambiar con nuestros vecinos,
Porque no poseemos más que nuestros brazos y nuestra inteligencia para garantizar nuestra subsistencia,
Porque no aceptamos que la propiedad privada sea más importante que la vida de los y las comuneras de nuestro municipio y los procesos sociales que ellos desarrollan, y no estamos dispuestas a entregar nuestra autonomía y nuestra dignidad,
Porque creemos que los procesos comunitarios deben tener como principios la equidad entre hombres y mujeres, el respeto y la solidaridad,
Porque nos parece importante acabar con la explotación impuesta por el capitalismo, pero también con la opresión que ocurre en nuestra casa y en nuestras relaciones personales.
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