Hubo un momento en la historia de la humanidad, en el que fue necesario e imprescindible que nosotras, las mujeres, despertáramos, cogiéramos las riendas y pusiéramos el carro de nuestras vidas en marcha y contra corriente, haciéndolo avanzar solas… En ese instante crucial, nació el movimiento feminista. Porque nosotras, las mujeres, comprendimos que si queríamos libertad, igualdad y fraternidad, si queríamos sacudirnos de encima el yugo del sistema machista y opresor que nos mantenía, a hombres y a mujeres, esclavos y enajenados de nuestros derechos, teníamos que luchar solas. Y nos quitamos de encima el polvo del ostracismo acumulado a través de los siglos, y miramos al cielo y vimos que podíamos. Nos hicimos presentes y visibles. Nuestras manos fueron firmes; nuestros pasos decididos y nuestros lomos amplios para la carga. Nuestros cerebros repletos de planes; y nuestros corazones rebosantes de vida y de fuerza se unieron como un solo órgano sin resquicios ni vacilaciones, dirigidos a una sola meta: luchar por una humanidad libre, por una convivencia armónica y vivir en igualdad.
Nos siguen matando, pero mucho hemos avanzado. Nos siguen discriminando, pero hemos dejado de ser invisibles. Nos siguen mutilando clítoris y neuronas; relegando a los fogones y fregaderos; dando salarios más bajos aue a los hombres por igual trabajo; pero nuestra presencia en todos los planos de la sociedad, cada día que pasa es mayor.
Y ahora, que los logros se materializan, vemos que nos falta algo para obtener el triunfo final: nos faltan nuestros hermanos los hombres; porque sin ellos, el carro no podrá seguir rodando; el movimiento feminista se quedará atascado. O nos sumamos todos, hombres y mujeres a tirar del carro de la transformación o el sistema patriarcal, sexista y represivo, acabará con todos. Con los hombres y con las mujeres.
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