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martes, 13 de octubre de 2009

Sin Tetas no hay gozadera


 
América Latina es un crisol donde múltiples formas de opresión se superponen unas con otras, y donde todos, o casi todos, pueden ser objeto de discriminación. Casi nadie se salva. Pero sin lugar a dudas son las mujeres quienes se llevan la peor parte. No sólo por las formas más obvias de maltrato físico a que están sujetas, sino que además por las más sutiles y naturalizadas formas dediscriminación cotidianas. Esta discriminación se cuela por todos los rincones de la vida diaria, inunda todos sus aspectos. Una de las formas que asume, es la presión por ser “bella”, como algo que se pone, que se quita, que se compra, para parecerse a tal o cual modelo de los medios como pre condición para ser amada. En Colombia, tal presión, que es ubicua en toda nuestra América Morena, llega al paroxismo. Es intolerable. Recuerdo en mi viaje de Bogotá a Cali, que la radio Olímpica estaba realizando un concurso llamado “Sin tetas no hay gozadera”, en que el premio era ¡un implante de senos! Digno de “Aunque usted no lo crea”. El locutor, que era un pesado y un cansón, no se cansaba de repetir una y otra vez el lema del concurso, añadiendo él mismo otras linduras como “ya saben chicas, ustedes ponen las tetas y nosotros ¡la silicona!”. Pocas veces en mi vida, he pedido en un bus que cambien la estación de radio.

Lo que me sorprendió, es que yo fui quien tuve que pararme al chofer que tal concurso no sólo me parecía chabacano y de pésimo gusto: además lo encontraba altamente ofensivo para las mujeres. Eso de reducirlas a un par de tetas, o reducir al tamaño de éstas el placer, la “gozadera”, me parece horrible. Las mujeres que iban en el bus, conservaron un silencio sepulcral. Pero a su manera estaban hablando muy fuertemente. Más fuerte que el idiota del locutor y más fuerte que las chicas, pobrecitas ellas, que llamaban ilusionadas de poder incrementar su autoestima con un poco de silicona (el año 2005 en Colombia se registraron unos 230.000 implantes de senos). Su silencio me decía, a gritos, que estaban acostumbradas a ese trato, que es natural que se crea que para eso están ellas y punto.

Es precisamente ese trato una de las más poderosas armas para mantener a las mujeres en la sumisión: así se les mantiene la autoestima baja, se las tiene a raya que nunca las van a querer o que a cualquier hombre, aunque éste sea una porquería, lo tienen que cuidar y obedecer a toda costa. Así, finalmente, la mujer se ve despojada de todo: de un salario digno, de igualdad ante el hombre, de derechos iguales en el hogar, de derechos sobre SU aparato reproductivo, hasta de su derecho a ser bella. Una mujer acomplejada e insegura es más fácil de dominar y de reproducir el orden patriarcal de nuestra sociedad.

Entonces, hay que estar siempre alimentándoles las inseguridades, y los medios de comunicación se transforman en gigantescas máquinas para este fin: todo está diseñado para hacerlas sentir feas. Porque la belleza va muy de la mano con el irritante racismo latinoamericano, heredado de épocas coloniales y alimentado por los regímenes republicanos. Mientras más europea, más linda una mujer. Mientras más india, menos deseable. Así, los supermercados ven la tintura rubia vaciarse de los estantes y las mujeres de la élite, inmacualdamente blancas (al menos de piel, no se sabe la conciencia) o a lo más, bronceaditas, marcan la pauta de la belleza desde la televisión. Todas con su rellenito sintético para hacerlas aún más deseables.

Esta es la pesada carga que deben soportar las mujeres colombianas sobre sus hombros. Por eso el silencio de mis compañeras de viaje me pareció tan revelador. Porque uno deja seguir la cadena lógica del pensamiento... ¿Y cuántos silencios más hay? ¿Hasta dónde llega lo que se acepta normalmente como “natural”? ¿Cuál es el punto en el que se habla, en el que se grita? Esta discriminación, esta “violencia de baja intensidad”, por lo general, es pálido reflejo de situaciones mucho más odiosas que ocurren tras bambalinas.

By: http://www.anarkismo.net/article/3988

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